martes, 27 de mayo de 2014

Presentación de Monseñor Romero

Hola a todos/as.
Mi nombre es Oscar Arnulfo Romero, nací en el seno de una familia humilde, en El Salvador, el 15 de Agosto de 1917. Desde pequeño sentía un gran deseo de ser sacerdote e ingresé en el seminario menor de los padres claretianos. Complete mis estudios en la ciudad de Roma, donde en 1942 me ordenaron sacerdote a los 25 años, continué mis estudios teológicos hasta que tuve que regresar a El Salvador a causa de la Segunda Guerra Mundial.
Fuí designado Secretario de la conferencia Episcopal en El Salvador y ocupé el mismo cargo en el Secretariado Episcopal de América Central. En 1970, me ordenaron obispo, mi primera misión episcopal la ejercí como auxiliar de la arquidiócesis de San Salvador, y más tarde, en 1974 me nombraron obispo de la diócesis de Santiago de María, la más nueva en ese momento del país.
En aquellos tiempos había una situación de violencia en El Salvador que iba en aumento, mientras la Iglesia comenzaba a ser perseguida.
Esta violencia ocasiono muchas situaciones de asesinatos, como el suceso de las tres calles, donde un grupo de campesinos fueron asesinados, y también la muerte de el Padre Rutilio, fue un gran amigo mio y un gran sacerdote. En vista de este suceso, los sacerdotes más jovenes me pidieron que hiciera una denuncia pública y acusara a los culpables, yo cumplí con mi trabajo.


El 3 de Febrero de 1977 me nombraron Arzobispo y el 22 de es mismo mes me hicieron una ceremonia muy sencilla, tenia entonces 59 años.
Después de la tortura y asesinato de unos campesinos en Guatemalucho por parte de grupos paramilitares del gobierno, que fue seguida por una oleada de violéncia del mismo tipo, decidí dedicarme a proteger la dignidad de los seres humanos; emprendi acciones de denuncia contra la violencia y me enfrenté a los regímenes del mal poniendo en peligro mi vida. De este modo empezé a sufrir una muy dura y agobiante campaña en  mi contra; en muchos periodicos me insultaban, hablaban mal de mi, y recibía amenazas contra mi persona. Todo esto se hacia público y mucha gente se puso en mi contra, lo que no evitó que otros muchos me apoyaran, sobre todo los más desfavorecidos, a los que me acerqué especialmente.

Al asesinato del padre Rutilio Grande (gran amigo mío y sacerdote muy comprometido), se sucedieron otros más: el de los sacerdotes Alfonso Navarro y su amiguito Luisito Torres, el padre Ernesto Barrera, el padre Octavio Ortiz y cuatro jóvenes más asesinados en una casa de retiros. Por último fueron muertos también los padres Rafael Palacios y Alirio Napoleón Macias. La Iglesia sintió duramente y en carne propia el odio irascible de la violencia que se había desatado en el país.
El domingo 23 de marzo de 1980 pronuncie mi última homilía, la cual fue considerada por algunos como mi sentencia de muerte debido a la dureza de mi denuncia: “en nombre de Dios y de este pueblo sufrido... les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios, CESE LA REPRESIÓN”.
El 24 de marzo de 1980 me asesinaron de un certero disparo, aproximadamente a las 6:25 p.m. mientras oficiaba la Eucaristía en la Capilla del Hospital La Divina Providencia, exactamente al momento de preparar la mesa para recibir el Cuerpo de Jesús.
 
 
  











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