Mi nombre es Oscar Arnulfo Romero, nací en el seno de una familia humilde, en El Salvador, el 15 de Agosto de 1917. Desde pequeño sentía un gran deseo de ser sacerdote e ingresé en el seminario menor de los padres claretianos. Complete mis estudios en la ciudad de Roma, donde en 1942 me ordenaron sacerdote a los 25 años, continué mis estudios teológicos hasta que tuve que regresar a El Salvador a causa de la Segunda Guerra Mundial.
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En
aquellos tiempos había una situación de violencia en El Salvador
que iba en aumento, mientras la Iglesia comenzaba a ser perseguida.
Esta
violencia ocasiono muchas situaciones de asesinatos, como el suceso
de las tres calles, donde un grupo de campesinos fueron asesinados, y
también la muerte de el Padre Rutilio, fue un gran amigo mio y un
gran sacerdote. En vista de este suceso, los sacerdotes más jovenes
me pidieron que hiciera una denuncia pública y acusara a los
culpables, yo cumplí con mi trabajo.
El
3 de Febrero de 1977 me nombraron Arzobispo y el 22 de es mismo mes
me hicieron una ceremonia muy sencilla, tenia entonces 59 años.
Al
asesinato del padre Rutilio Grande (gran amigo mío y sacerdote muy
comprometido), se sucedieron otros más: el de los sacerdotes Alfonso
Navarro y su amiguito Luisito Torres, el padre Ernesto Barrera, el
padre Octavio Ortiz y cuatro jóvenes más asesinados en una casa de
retiros. Por último fueron muertos también los padres Rafael
Palacios y Alirio Napoleón Macias. La Iglesia sintió duramente y en
carne propia el odio irascible de la violencia que se había desatado
en el país.
El
domingo 23 de marzo de 1980 pronuncie mi última homilía, la cual
fue considerada por algunos como mi sentencia de muerte debido a la
dureza de mi denuncia: “en nombre de Dios y de este
pueblo sufrido... les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios,
CESE LA REPRESIÓN”.
El
24 de marzo de 1980 me asesinaron de un certero disparo,
aproximadamente a las 6:25 p.m. mientras oficiaba la Eucaristía en
la Capilla del Hospital La Divina Providencia, exactamente al momento
de preparar la mesa para recibir el Cuerpo de Jesús.
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